La economía es casi tan antigua como el ser humano. Entre el nacimiento del trueque y la explosión del comercio online han pasado miles de años. Y por el camino se han producido infinidad de historias que queremos contar en elEconomista porque nos ayudan a comprender cómo hemos llegado hasta aquí.
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Café Jurado, la empresa centenaria comprada por Pascual
El grupo alimentario Pascual está tratando de crecer en el negocio cafetero. Y para avanzar en este campo, ha anunciado la compra de Café Jurado. Esta empresa de historia centenaria, y origen alicantino, les ayudará, además, a reforzar su presencia en la Comunidad Valenciana y Murcia.¿Cuál es el origen de Café Jurado? Hay que remontarse al año 1888. Es entonces cuando Manuel Jurado Más se adentra en la industria agroalimentaria, tanto en Canarias como en Marruecos. De ahí salta a Alicante, donde se introduce en la importación y comercialización de productos alimentarios, como chocolate, arroz, legumbres, café, quesos...Es en 1912 cuando registran la empresa, llamada entonces Manuel Jurado y Uriarte SRC. Inauguran la primera tienda, en la famosa Avenida Maisonnave de Alicante, que hoy es la calle más comercial de la ciudad, pero que entonces era una naciente zona industrial. Desde allí, con su buen hacer, con la calidad de sus productos y la dedicación y el esfuerzo consolidan el negocio. En una época en la que repartían sus productos en carro o diligencia, llegaron a convertirse en una referencia en toda la región.En aquella época pasan dos cosas que acabaron siendo muy relevantes para el futuro de la compañía. Uriarte decide abandonarla, por lo que la empresa se convierte en Manuel Jurado e Hijos, que es el germen definitivo de lo que hoy es Café Jurado. Y la otra, ante el éxito que estaba acumulando, el prestigio que estaba ganando y las buenas críticas, deciden poner el foco en el negocio cafetero.Y se implican por completo en el proceso. Apuestan por una producción artesanal, en la que controlan todos los procesos de transformación del café. Le dan a la vez gran importancia a la tecnología: en sus instalaciones cuentan con la mejor maquinaria para la clasificación de café, la limpieza, el tueste y el envasado en grano, ya que por entonces la venta de café molido estaba prohibida. Toda la maquinaria era de origen español y el abastecimiento del café se realizaba a través de la Comisaría de Abastecimientos y Transportes, pudiendo comprar solo los orígenes que disponían.La estrategia de la compañía recibe el visto bueno de los clientes, que no dejan de crecer durante décadas. Eran pioneros en el sector, y se convirtieron en una de las principales marcas de café en España, gracias a su apuesta decidida por la calidad, y por el desarrollo de nuevos productos, siempre vinculados al café.Los años 50 son clave para la compañía, ya que el fundador da paso a la segunda generación en la dirección de la empresa. Son sus hijos los que se ponen al frente, y los que siguen dando pasos para que la empresa siga creciendo. En una época en la que el café seguía viéndose como un producto de lujo, deciden trasladar la fábrica a las afueras de la ciudad. Y desarrollan una estrategia de calidad que les lleva a establecer un control directo de todos los procesos de cultivo, desde la plantación de café, para asegurar al 100% la trazabilidad del producto.En los años 80, casi coincidiendo con la autorización para vender café molido, dan paso a sus hijos, tercera generación ya al frente de la compañía. El reto en aquel momento es mayúsculo. El consumo de café en España estaba muy territorializado, con marcas muy vinculadas a cada región. Era el propio caso de Café Jurado, que estaba muy ligada a Alicante y a las zonas limítrofes, además de a Galicia, por ser el lugar donde veraneaban más alicantinos. Pero la llegada de las grandes multinacionales revienta el mercado. Saimaza, Marcilla o Nestlé se llevaron por delante a muchas compañías nacionales, muchas porque cerraron y otras porque fueron absorbidas.Para sobrevivir en esa jungla, deciden redoblar su apuesta por la calidad, incorporando además nuevos productos. El secreto de un buen café, explicaban, estaba en la selección de la materia prima y en la utilización de tecnología punta, tanto en la molienda, en el tueste como en el envasado. La receta que llevaban siguiendo toda la vida... Y en la que insisten, con una importante inversión para renovar la maquinaria de toda la planta.Con la llegada del siglo XXI, la empresa avanza en nuevas tendencias, como la internacionalización. En la actualidad, se puede encontrar a Café Jurado acudiendo a ferias sectoriales de todo el mundo, y sus productos se pueden conseguir en 28 países.Por supuesto, también han abrazado el comercio electrónico, y cuentan con su propio sistema de venta online, para aumentar sus vías de distribución.Con los deberes hecho y su posición consolidada, manteniéndose a la vanguardia del sector, y con una facturación de más de 15 millones al año, es cuando Pascual ha dado el paso y ha adquirido la compañía. De esta forma complementa su oferta en el segmento del café, hasta la fecha capitalizada por Mocay; dos marcas que operará de manera independiente.
El desconocido origen de Opel antes de triunfar con los automóviles
160 años han pasado desde la fundación de Opel. La compañía alemana fue una de las pioneras en Europa en el sector automovilístico y sigue siendo, a día de hoy, una de las referentes dentro de la industria. Sin embargo, el camino hasta aquí no ha sido fácil y viene marcado por unos orígenes poco conocidos en un negocio que se aleja bastante al del mercado del coche. Es imposible entender el éxito de Opel sin remontarnos a sus comienzos. La historia de la empresa germana empieza a finales de agosto de 1862, cuando su fundador, Adam Opel, decide montar su primera máquina de coser en un taller ubicado en Rüsselsheim, una localidad próxima a Frankfurt. Adam Opel nació en 1937 y era el hijo mayor de un maestro cerrajero. En su juventud, aprendió el oficio de su padre como fabricante de candados y, aunque parecía destinado a tomar el relevo de su progenitor al frente del negocio familiar, finalmente decidió tomar otro camino. Su gran sueño era conocer París y, tras un viaje europeo por Lieja, Bruselas y Londres, llegó a su ansiado destino. En la capital francesa, Adam Opel descubre una gran innovación tecnológica de la época: la máquina de coser. El joven quedó fascinado por el invento y decidió entrar de lleno en este mercado. A finales del verano de 1862, Opel regresó a su ciudad natal, Rüsselsheim, para montar su propio taller de máquinas de coser. La demanda aumentó y la pequeña compañía tuvo que aumentar rápidamente la producción con un Adam Opel que se adaptaba a los deseos personales de cada cliente. Así, creó máquinas de coser que fueron diseñadas pensando en las necesidades concretas de cada uno de ellos. El éxito provocó que el taller se les quedase pequeño y decidieran trasladarse a una nueva fábrica. Enseguida, la empresa se convirtió en uno de los mayores fabricantes de máquinas de coser en Alemania y era uno de los principales exportadores de toda Europa. La ambición de Adam Opel no tuvo frenos y en 1886 decidió ir a por su siguiente objetivo: ampliar su negocio al mundo de los vehículos, en primer lugar, introduciéndose en el sector de las bicicletas. En Rüsselsheim creó su primer velocípedo, lo que hizo que Opel fuese uno de los primeros fabricantes de bicicletas de toda Alemania. De las bicicletas pasó a los triciclos y las llamadas “bicicletas de seguridad” o “con ruedas bajas” y en 1888, inauguró el primer edificio de la compañía reservado exclusivamente a la producción de bicicletas. Opel decidió implementar las tecnologías más modernas y, poco a poco, aplicó innovaciones a sus bicicletas, como las ruedas con neumáticos, los rodamientos de bolas y los bujes de cuerpo libre, entre otras. El éxito de la empresa teutona fue inminente y se prolongó durante décadas. En los años 20, Opel era el mayor fabricante de bicicletas de todo el mundo.El salto a la industria del coche se produjo a finales del siglo XIX. Adam Opel muere en septiembre de 1895 y, tras su fallecimiento, son sus cinco hijos los que deciden dar el paso decisivo en el devenir de la historia de la entidad. En 1899, deciden lanzarse a la producción de automóviles. El primer modelo que lanzaron fue el Opel Patent Motor Car, System Lutzmann y en 1906 se había construido ya la unidad número 1.000 del vehículo. El gran avance llegó en 1909 con el mítico 4/8 CV Doktorwagen. Su precio era de 3.950 marcos, unos 60.000 euros actuales, la mitad del valor de sus rivales en el mercado. Esto propició que más gente pudiera tener su propio coche. En ese momento, Opel decide aplicar un método a nivel empresarial que marcaría un antes y un después, tanto en la industria en la que trabajaban como en otras dedicadas a negocios muy diferentes: la cadena de montaje. El primer coche que salió al mercado utilizando la cadena de montaje fue, en 1924, el 4/12 CV Laubfrosch. Pocos modelos después, el coche se había convertido ya en un medio de transporte fiable para muchos ciudadanos. Los precios seguían descendiendo y cada vez más gente podía acceder a este producto.Pero no todo fueron buenas noticias. En 1923, la familia Opel tuvo que cerrar de forma temporal su fábrica debido a la crisis económica que se estaba viviendo. Dos de los hermanos Opel decidieron entonces viajar a Estados Unidos, país del que regresaron con nuevos métodos de ensamblaje que ya estaba aplicando la norteamericana Ford. En 1928, la empresa salió a bolsa con el nombre de Adam Opel AG y, un año después, el gigante americano General Motors decidió comprar el 80% de la propiedad. Tres años después, este porcentaje fue ampliado hasta el 100%. Esto supone un punto de inflexión en el rumbo de la firma, que desde entonces, y hasta 2017, perteneció a la entidad automovilística estadounidense. A partir de aquel momento, modelos de Opel se fueron produciendo en diferentes puntos de Europa. En España, por ejemplo, sucede desde el año 1982, momento en el que se empezó a ensamblar el Opel Corsa en la fábrica zaragozana de Figueruelas. Este modelo se convirtió en un superventas en un éxito que llega hasta la actualidad, cuando se está trabajando en su sexta generación. En el año 2017, Opel rompió su relación de 88 años con General Motors y pasó a integrarse dentro del Grupo PSA, que integraba a hasta entonces rivales, como Peugeot o Citroen. No duró mucho esta nueva andadura, ya que solo dos años después, en octubre de 2019, el Grupo PSA anunció su fusión con Fiat Chrysler Automobiles en un acuerdo que se acabaría rubricando en diciembre de ese mismo año. Finalmente, el 16 de julio de 2020, ambas marcas desvelaron el nuevo nombre del grupo, que fue bautizado como Stellantis.A pesar de todos los cambios, Opel ha seguido ofreciendo a sus clientes innovaciones, siempre ligadas a la emoción y a la tradición. El fabricante ha mantenido esta filosofía hasta nuestros días, donde triunfan con éxitos de ventas con modelos como el Astra, el Mokka o el mencionado Corsa, que este 2022 celebra su 40 aniversario. Todo ello, con un nuevo hito en el horizonte: Si a comienzos del siglo XX Opel fue pionera en la introducción de la tecnología de cadena de montaje, la compañía ha decidido apostar ahora por convertirse en una marca de movilidad sostenible que apostará por completo por vehículos 100% eléctricos en Europa a partir del año 2028. Sin duda, un reto con el que prolongar aquellos deseos de Opel de ir siempre a la vanguardia, siempre un paso por delante.
El éxito de Heraclio Fournier, el 'rey de oros' de los naipes
Pocos sectores económicos pueden presumir de tener a una empresa española entre las líderes mundiales de manera indiscutible. Hablamos de la industria de los naipes, de las cartas de juego. La compañía que domina el negocio produce a diario más de 15.000 barajas que se reparten a lo largo y ancho de más de 70 países de los cinco continentes. La firma se ha convertido en la proveedora homologada de todos los mercados internacionales de salas de juego y fabrica naipes para casinos, tanto de papel como de plástico. Su artífice era burgalés y su nombre, a buen seguro, es conocido por todos: Heraclio Fournier. Esta es su historia. El verdadero origen de los naipes sigue siendo un misterio, pero muchas investigaciones apuntan a que llegaron a Europa, a este lado del mundo, desde China, en el siglo XIV, a través de la famosa Ruta de la Seda. Se dice que, en un principio, eran utilizados por sus creadores para intentar predecir el futuro y que fueron estos los que ya dividieron la baraja en cuatro palos. Estos estaban identificados con los cuatro elementos de la naturaleza: la tierra, el aire, el agua y el fuego. Pues bien, seguro que hay quien aún no sabe que, a este lado del globo, y varios siglos después, sería un español el que acabaría colándose de lleno en la cultura popular, dentro y fuera del territorio nacional, a través de los juegos de cartas. Como decíamos, su nombre es Heraclio Fournier y su éxito no hubiese sido posible sin la existencia de su abuelo. Este, Francisco Fournier, fue un impresor francés que huyó de la convulsa Francia prerrevolucionaria para, en 1785, instalarse en la provincia de Burgos. Un siglo después, en 1870, su nieto Heraclio se casó con Nieves Partearroyo, con la cual acabó teniendo cuatro hijas. Para entonces, el negocio familiar estaba centrado en las litografías y el éxito de los Fournier llevó a la empresa a una ampliación que produjo, primero, una diversificación del negocio hacia la producción de naipes y, más tarde, el traslado de toda la familia y la compañía a Vitoria. En la capital vasca, Fournier desarrolló sus primeros trabajos de impresión. Sucedió en un taller de la Plaza de España que actualmente ocupa la conocida Librería el Globo. Allí, Heraclio se centró en la venta de objetos de escritorio, tarjetas y todo tipo de impresiones. Enseguida, el negocio creció, el taller comenzó a quedarse pequeño, y Fournier se vio obligado a mudarse a otras instalaciones con más capacidad. Desde el primer momento, la empresa destacó por sus innovadores métodos de impresión, destacados por muchos en la época. El punto de inflexión llegaría cuando, en 1877, Heraclio encargó a Emilio Soubrier, un profesor de la Escuela de Artes y Oficios de Vitoria, y al pintor Ignacio Díaz, el diseño de una baraja de cartas. Este fue, sin duda, el antes y el después en la historia de la empresa, ya que aquellos naipes fueron los que precedieron a la actual baraja española. Con el paso de los años, numerosas innovaciones técnicas fueron implementándose en el ámbito de la impresión. Así, en 1880, mientras en Europa se encolaba la producción papelera a través del uso de maquinaria, Fournier decide dar un paso más allá y lanzar al mercado un tipo de naipe de una sola cara, recubierto de un barniz que le otorgaba un tono amarfilado. El negocio estaba ya en pleno apogeo y, siete años después, Fournier pudo inaugurar una fábrica propia en la capital alavesa. De este modo, había hecho realidad su gran sueño.Uno de los primeros desafíos que quiso acometer fue el de la creación de las barajas litográficas de doce colores, algo que logró una gran repercusión dentro y fuera de nuestras fronteras. Fournier recibió varios premios en España y en el extranjero por su gran innovación y creatividad en las técnicas para el diseño y la impresión. En 1884, se le otorga la medalla al diseño en la Exposición provincial de Álava y el premio en la Exposición de Fomento de las Artes de Madrid. Cinco años después, llega su primer gran éxito internacional con el premio al diseño de naipes que le fue entregado en la Exposición Universal de París. En 1890, también recibe el premio en avances técnicos de impresión en la Exposición de la Sociedad Científica de Madrid.La vida pasa y Heraclio Fournier fallece el 28 de julio de 1916, en la región francesa de Vichy. Para entonces, el burgalés, que muchos creen vitoriano por su desarrollo profesional en la capital vasca, ya se había convertido en el rey de ‘oros’ del mundo de las cartas. Tras su muerte, la empresa recae en manos de su nieto, Félix Alfaro Fournier, quien siguió la estela de su antecesor y siguió cosechando éxitos. En 1948, la compañía Naipes Heraclio Fournier ya era líder absoluto en el mercado nacional y la incesante demanda hizo que sus responsables decidieran trasladarse de nuevo a una planta mucho más amplia en la que se siguieron incorporando avances tecnológicos. Fue entonces cuando se sentaron las bases de su consolidación internacional. La gran calidad de los naipes hizo que muchas casas reales de todo el mundo eligieran a la empresa como su proveedora oficial.En las últimas décadas, la compañía ha cambiado varias veces de manos. En 1986, Heraclio Fournier fue adquirida por US Playing Card Company, entrando en un conglomerado en el que habitan otras marcas como Bicycle, Bee, o Aviator, entre otras. En 1993, sigue aumentando su presencia en los mercados internacionales y la alta demanda de producto obliga a la firma a mudarse a su ubicación actual. Finalmente, el 31 de diciembre de 2019, Cartamundi, una empresa con sede en Bélgica, anunció la compra de United States Playing Card Company y, por tanto de, la emblemática e histórica Naipes Heraclio Fournier.
Así nació la tecnológica HP, el ‘big bang’ de Silicon Valley
Si hay un lugar en el mundo que se pueda considerar como la ‘meca de la tecnología’, este está en California y recibe el nombre de Silicon Valley. Su nombre significa Valle del Silicio y hace alusión a la rápida explosión de empresas dedicadas a la electrónica y a la computación que fueron creadas allí a lo largo de la década de los 80. Esta zona está situada en la Bahía de San Francisco, es la sede de las compañías más importantes del sector y funciona como un centro de innovación en el que todas las start-ups desean instalarse. Sin embargo, lo que muy pocos saben es cómo se creó este pequeño gran imperio y quién o quiénes fueron los precursores de una región que fue creada para revolucionar el mundo de la informática. Se lo contamos. Esta historia comienza en los años 30, cuando Disney comienza a trabajar en su tercera película, una cinta que acabaría convirtiéndose en otro gran clásico de la factoría. Se trata de ‘Fantasía’, largometraje musical que llegó a la gran pantalla tras los exitosos lanzamientos de ‘Blancanieves y los 7 enanitos’ y ‘Pinocho’. En ‘Fantasía’, la reproducción del sonido en las salas era clave y, para ello, Disney decidió comprar ocho osciladores de baja frecuencia, una máquina electrónica que permitía sincronizar los efectos de sonido de la cinta y desarrollar el sistema Fantasound, considerado el antecesor del Dolby Surround. Este oscilador del que hablamos fue inventado por dos emblemáticos ingenieros. Hablamos de Hewlett y Packard, quienes poco después acabarían fundando su propia empresa, Hewlett Packard Company, popularmente conocida como HP. Estos dos jóvenes emprendedores tenían como profesor en la Universidad de Stanford a Frederick Terman, considerado por muchos como ‘el padre de Silicon Valley’. Este fue quien animó a sus pupilos a crear su propia compañía y ambos decidieron seguir su consejo: El 1 de enero de 1939 fundaron HP en un garaje ubicado en la ciudad de Palo Alto, dentro del condado californiano de Santa Clara. Se ponía así la primera piedra de aquel ‘valle del silicio’. En la década de los 50, se produce al fin el despegue de HP y, de la mano, del propio Palo Alto, donde la población se multiplicó exponencialmente y sus huertos fueron sustituidos por carreteras, negocios y escuelas. El parque tecnológico Stanford Industrial Park, promovido por el profesor Terman, se convirtió poco a poco en foco de atracción para otras empresas que hicieron de aquel lugar el corazón de Silicon Valley.En aquella zona ubicada al sur de la Bahía de San Francisco comenzó a hervir una cultura del emprendimiento y la creatividad que han logrado mantener hasta nuestros días. Todo ello, ha sido, en parte, gracias a la gran labor social que Hewlett y Packard desarrollaron años más tarde. Por ejemplo, el primero, a través de la fundación David y Lucile Packard (su esposa), se lanzó a la caza de talentos musicales para la Sinfónica de San Francisco o creó el mejor acuario del mundo en la ciudad de Monterrey. El segundo, también junto a su mujer, impulsó con donaciones, a través de la Fundación William y Flora Hewlett, al Instituto de Tecnología de California o la Universidad de Stanford, entre otros. Casi veinte años después de la venta de aquel oscilador a Disney, la compañía empezó a diversificar su negocio y se lanzó también a crear generadores de señales microondas, aparatos médicos y calculadoras de bolsillo. Enseguida, aquel garaje comenzó a quedarse pequeño y Hewlett y Packard decidieron mudarse y trasladar su empresa a otro edificio más grande, ubicado también en Palo Alto. En esa apuesta por la innovación, la pareja de ingenieros se lanzó a entrar en 1966 en el negocio de los ordenadores. Dos años más tarde, fabricarían también la primera calculadora científica de sobremesa y programable. En 1983, revolucionan también la tecnología con el primer ordenador de pantalla táctil y, un año después, la primera impresora de inyección de tinta. HP estaba empezando a cambiar el rumbo de la electrónica e informática a nivel mundial. Otro de los asuntos en los que Hewlett y Packard fueron pioneros fue en su modelo de trabajo. Cosas que hoy suenan modernas, como la flexibilidad laboral o la presencia de salas recreativas y de descanso dentro de marcas como Google o Amazon, tienen su origen en el intento de HP de reducir el estrés de sus empleados para motivarlos y fidelizarlos. Así, tuvieron bastantes detalles con la plantilla, dando regalos a sus familias o haciéndoles partícipes de los beneficios que paulatinamente iba consiguiendo la entidad. Tanto es así, que HP fue una de las primeras compañías de Estados Unidos que fijaron un horario flexible. Sucedió en 1973 y el objetivo era que los empleados tuvieran mucho más tiempo para estar con la familia, para disfrutar del ocio o de sus negocios personales. La cosa no quedó ahí y, dos décadas después, comenzaron a fomentar de forma pionera algo que hoy en día, tras la pandemia del coronavirus, se ha instalado con mayor o menor recelo en la mayoría de las empresas: el codiciado teletrabajo. Hace ya 30 años, Hewlett y Packard entendieron que una forma sencilla y efectiva de aumentar la satisfacción laboral era implementar el trabajo a distancia. Así lo reflejó Packard en su libro: El estilo HP: Cómo Bill Hewlett y yo construimos nuestra compañía. Esta publicación ha inspirado la cultura corporativa que hoy en día se está intentando imponer en muchas sociedades. Hewlett y Packard no le tenían miedo al cambio y no dudaron nunca en tomar decisiones drásticas, en función de los desafíos que se presentaban en el mercado y siempre que fuesen por el bien de la empresa. Tras la retirada de los fundadores, ese estilo permaneció en el tiempo. Un ejemplo de ello es la absorción, en 2011, de su gran rival: la tecnológica Compaq. Aquella fusión, a pesar de suponer muchos despidos, permitió a HP sobrepasar a IBM y consolidarse como líder mundial de fabricantes de ordenadores entre 2007 y 2013. Sin embargo, el auge de los dispositivos móviles generó una crisis en el sector que obligó a la entidad a anunciar en 2014 una separación de su negocio en dos. Desde el año siguiente, HP Inc controla los ordenadores personales e impresoras, mientras que Hewlett Packard Enterprise se encarga de servicios y equipos para las empresas. Ambas tratan de competir de tú a tú con nuevos gigantes que ahora dominan el sector. Y es que HP formó e inspiró a muchos ingenieros y emprendedores que más tarde acabaron triunfando en otras compañías, como Microsoft, Amazon o Apple. El caso más evidente es el de Steve Wozniak, cofundador junto a Steve Jobs del gigante de la manzana. Wozniak diseñó el primer ordenador personal (llamado Apple I) mientras trabajaba para HP pero Hewlett Packard rechazó su idea hasta en cinco ocasiones, ya que no le interesaba el mercado doméstico. Finalmente, a pesar de su fidelidad hacia sus jefes, Wozniak dejó su trabajo y creó Apple junto a Jobs. En definitiva, un ejemplo más de que HP cambió el curso de la tecnología y fue el verdadero ‘big bang’ de aquel universo informático en el que se acabaría convirtiendo Silicon Valley.
Los impuestos en la Edad Media
En tiempos del Imperio romano, de las obras públicas se encargaban los 'publicani', y estaban financiadas por las arcas del Estado. La República lograba grandes botines de guerra cuando conquistaba nuevos territorios, además de obtener ingresos adicionales a través del 'stipendium', un tributo que debían pagar las ciudades vencidas.Pero tras celebrar el triunfo, debían pensar en gobernar y administrar las nuevas posesiones, además de tratar de satisfacer mínimamente las necesidades de los habitantes de los territorios ahora sometidos.Los tentáculos administrativos de Roma no eran tan largos como para poder cubrir todas estas obligaciones. Ahí aparecen los 'publicani', empresarios privados o sociedades, a los que se recurría para construir la obra pública civil, como acueductos o calzadas; religiosa, como los templos; o las de carácter propagandístico y cultural, como las estatuas, los monumentos, los anfiteatros o los circos. Además, también se encargaban del correspondiente mantenimiento.Una vez que el Senado aprobaba el gasto, y con las ofertas presentadas en papiro o en pergamino, los censores estudiaban las ofertas, y adjudicaban la obra al proyecto con mejor relación calidad/precio. Pese a la normativa, ser generoso con los políticos, o estar dentro de su círculo de amistades, hacía que las posibilidades de hacerse con el contrato aumentasen.Hay que tener en cuenta que la mayoría de cargos públicos en Roma eran de periodicidad anual, y no estaban remunerados. Eso hacía que solo las familias pudientes pudieran permitirse ser candidatos, ya que debían financiar las campañas electorales, e incluso los gastos durante su mandato. Y no era barato, porque para ganarse al pueblo costeaban obras públicas o financiaban espectáculos.Con la caída de Roma, y la desintegración de sus estructuras centralizadas, el poder se dispersó. Primero entre los pueblos germánicos, y después entre los señores feudales. El modelo productivo esclavista se vio sustituido por uno basado en la relación de servidumbre. Eran los nombres los que debían dotar a su reino de las estructuras necesarias: puentes, molinos, fortificaciones, norias... Pero en este caso, la inversión se repercutía vía impuestos en sus vasallos.Hay numerosos ejemplos, como la alfarda, que era el pago por aprovechar el agua de las acequias; el herbaje, que se pagaba por aprovechar los pastos; el montazgo, que era un impuesto sobre los ganados; el diezmo, que correspondía a una décima parte de las cosechas y que recaudaba la iglesia para mantener el clero... Se pagaba por el depósito de mercancías, por su comercio, por usar molinos y hornos comunitarios, por trabajar la tierra, por entrar en las ciudades, por cruzar puentes...Todos estos impuestos medievales eran indirectos, se aplicaban independientemente de la capacidad económica del pagador, y gravaban la producción, el comercio o el consumo. Repercutían casi en exclusiva en el pueblo, y beneficiaban a la Corona, la nobleza y el clero.Otro tema era la sisa, un impuesto que consistía en descontar en el momento de la compra una cantidad de ciertos productos, normalmente un octavo. La diferencia entre el precio pagado y lo que realmente se recibía, la sisa, era el gravamen que iba al fisco.Aunque en un principio la sisa estaba destinado a cubrir necesidades financieras extraordinarias y puntuales, era tan eficaz que terminó por convertirse en permanente. La Corona podía recaudarlo directamente, o delegar en las instituciones locales, lo que permitía al rey conseguir el dinero por adelantado, que salía de las arcas municipales.Viendo que era un impuesto seguro, los municipios también quisieron sacar tajada de la sisa, y comenzaron a recaudarlo directamente, en beneficio de sus propias arcas, y no para la Corona. Siempre con la autorización Real, claro, y explicando a qué iban a dedicar la recaudación.¿Y a qué productos se les aplicaba este impuesto? Pues dependía de cada municipio, pero generalmente a bienes de primera necesidad como el pan, la carne, el aceite, el vino... por lo que era uno de los impuestos más impopulares.Opinión muy distinta tenían de la sisa los que la recaudaban, porque estuvo en vigor desde del siglo XIII hasta 1845 y, la verdad, sirvió para mejorar las infraestructuras, para la dotación de servidos y para hacer frente a desastres naturales. Algunos ejemplos en España fueron la sisa del vino en Avilés para reparar lo destruido por el fuego; la de San Sebastián sobre las "cosas de comer" para reparar las torres y puentes; la del vino de Burgos para financiar inversiones en el abastecimiento de agua; la del pescado de Sevilla para fortificar Cádiz; la del vino de la Plaza para construir la plaza Mayor de Madrid...También las hubo para gastos más superfluos, como la sisa del cuarto de palacio de Madrid sobre la carne para construir un habitación en el Palacio para doña Margarita de Austria, la del cacao y el chocolate para "otros" gastos de la monarquía o la del hierro y los metales para "las fiestas y regocijos del casamiento y recibimiento de la reina doña María Luisa de Borbón"; e incluso para fines bélicos como la del tocino y el vino para la guerra de Flandes o la del azúcar para la guerra de Portugal.Al menos en los grandes núcleos, el recurso más habitual para financiar los gastos de infraestructuras desde la Baja Edad Media hasta la mitad del XIX fueron las sisas.
Burgos y su sueño frustrado de convertirse en el Texas español con el petróleo
Sábado, 6 de junio de 1964. 11.43 de la mañana. Varios vecinos de La Lora, comarca de la provincia de Burgos situada muy cerca del límite con Santander, empezaron a gritar: “¡Petróleo! ¡Petróleo!”. Todo ello, después de ver cómo, después de años de perforaciones en tierras burgalesas, un chorro de 50 metros de altura del llamado ‘oro negro’ comenzó a brotar del suelo. Se calcula que unos 6.000 litros tiñeron los terrenos sembrados de trigo que se hallaban a su alrededor. Este histórico evento se convirtió en la gran esperanza económica del Franquismo y el optimismo de encontrar el primer yacimiento de petróleo en España hizo que algunos medios se aventuraran a decir que Burgos podría convertirse en el Texas de nuestro país. La historia, como habrán podido intuir, les llevó la contraria. El descubrimiento no fue cuestión de suerte o pura casualidad, dado que ya 64 años antes, en 1900, se produjo en la zona de Burgos una primera exploración con dos pozos que arrojaron los primeros indicios de que bajo ese suelo podía haber petróleo. Según documentos recopilados por el Museo del Petróleo de la provincia, las prospecciones se intensificaron dos décadas después, pero los resultados no fueron los esperados. No fue hasta el año 1953, cuando España comenzó a restablecer sus relaciones internacionales y las empresas decidieron lanzarse con todo a la búsqueda de combustible. Poco a poco, con el paso de los años, varias perforaciones fueron reduciendo y cercando la zona en la que finalmente se encontraría el crudo. La empresa Amospain-Campsa fijó su atención en un terreno ubicado entre el pueblo de Sargentes de La Lora y la aldea de Valdeajos. El primero era un páramo abandonado, áspero, duro, y con un porcentaje alto de emigración. Miguel Moreno Gallo, profesor de la Universidad de Burgos, relata que sus habitantes se dedicaban a la patata, al trigo y, en menor medida, a la ganadería. A partir de aquella mañana, parecía que todo iba a cambiar. A pesar de la exaltación generalizada, desde el principio Campsa prefirió ir con pies de plomo y, en un comunicado lanzado pocos días después, la compañía aclaró que, hasta que no se hicieran las comprobaciones y pruebas necesarias, no era posible medir la importancia y extensión del pozo que acababan de hallar. Este, por cierto, recibió el nombre de ‘Ayoluengo nº 1’. En esta línea, algunos medios de la época llamaban a la calma para evitar lo que consideraban “un optimismo exagerado”. Sin embargo, el NO-DO, el noticiero propagandístico del régimen, se lanzaba con todo a que había sospechas de una “posible existencia de un yacimiento importante”. Lo escuchamos. Miguel Moreno recuerda, en palabras a El Independiente, que aunque al principio había cierta sensación de júbilo, la gente del pueblo no se volvió loca y siguió cultivando sus patatas y su trigo. La realidad es que el hallazgo tuvo más impacto fuera de la comarca que entre los propios vecinos del municipio. Enseguida, la zona se empezó a llenar de periodistas, técnicos americanos, ingenieros, cargos políticos… Todos incidían en esa idea de que Burgos iba a ser un gran impulsor de la economía española. Tal fue la algarabía que Valdeajos, la localidad colindante, convocó una fiesta para la que invirtió, para la época, una gran suma de dinero. Muchos aprovecharon también para abrir bares y chiringuitos cerca de la torre de perforación que, en primera instancia, se iba a llenar de trabajadores dispuestos a consumir bebidas y bocadillos en las inmediaciones del pozo. En aquel momento, se valoró la idea incluso de construir una refinería, pero las ilusiones desaparecieron cuando se continuó con la investigación. En 1967, tres años después, comenzó la explotación industrial del petróleo en La Lora. Amospain fue la primera empresa en entrar en el negocio y estuvo durante 10 años realizando sondeos y exploraciones. El funcionamiento de aquella industria era el siguiente: una estación recibía el petróleo de los pozos y un oleoducto lo lanzaba hacia otra estación ubicada en Quintanilla Escalada, en la carretera de Burgos a Santander. Desde ahí, los camiones de Campsa iniciaban su distribución hacia empresas de Burgos, Miranda, Valladolid y Bilbao. La producción se convirtió en una realidad y alcanzó en su mejor momento los 8.000 barriles diarios, lo que equivalía a 1,2 millones de litros de petróleo al día. Para el año 1973, según medios de la época, se explotaban un total de 28 sondeos. Eso sí, ya se empezaban a perder las esperanzas de que esto se pudiese alargar mucho más en el tiempo. Los pueblos también mostraron su descontento al ver cómo los empleados de la compañía extractora hacían sus vidas en Burgos y no allí en Sargentes. El alcalde del municipio se llegó a quejar de lo mal que le habían pagado por aquellas tierras y Valdeajos de que solo tuviese a un vecino trabajando con los petrolíferos. La realidad es que el punto álgido de empleo fue cuando se estaban construyendo los pozos, luego el trabajo disminuyó porque la actividad logró mecanizarse. Aquel boom hizo que mucha gente no se viese obligada a emigrar a grandes ciudades como Madrid o el País Vasco. Pero todo empezó a irse al traste en el momento en el que se descubrió que el crudo extraído contenía un alto contenido en vanadio, un componente que impedía que se pudiese destilar con normalidad. Además, las prospecciones confirmaron enseguida sus sospechas de que en el resto de Burgos no había un gran mar de ‘oro negro’ como muchos apuntaban al principio. El sueño de convertirse en el Texas español comenzaba a diluirse. Durante las décadas siguientes, las prospecciones cayeron de forma considerable: 14 sondeos en los setenta, pocos más en los ochenta y solo tres en los años noventa. Columbus Energy Resources fue la compañía encargada de explotar el yacimiento hasta que hace unos años, en enero de 2017, el gobierno de Mariano Rajoy decidió denegar la prórroga en el contrato después de que se cumplieran los 50 años de explotación otorgados en el acuerdo inicial de concesión. Poco después, se planteó la idea de convocar un concurso para adjudicar una nueva concesión pero esta alternativa terminó siendo rechazada por el ejecutivo de Pedro Sánchez tras su llegada a la Moncloa. Aquel yacimiento de Burgos, el más antiguo de España, cerró y pasó a ser historia.
Bancos, aseguradoras y esclavos: el origen de Wall Street
Hace más de 400 años llegaron a Estados Unidos los primeros esclavos africanos. La evolución posterior y el crecimiento del país a lo largo de los siglos no podría entenderse sin ellos. Su impacto económico fue incalculable. Y aunque hasta la fecha no ha dado sus frutos, en las últimas décadas son varias las asociaciones que exigen indemnizaciones para los afroamericanos. Se denuncia así la esclavitud sufrida durante siglos por sus ancestros y se reclaman reparaciones al estilo de las que se concedieron a los judíos e Israel por Alemania. En el centro de la polémica están los bancos y las aseguradoras, que en mayor o menor medida estuvieron vinculados por el comercio humano. Hablamos de entidades bancarias como JP Morgan, Bank of America, Royal Bank of Scotland o el desaparecido Lehman Brothers, o de aseguradoras como Aetna, New York Life Insurance o Lloyd's of London. En el año 1625, la Compañía Neerlandesa de las Indias Occidentales fundó Nuevo Amsterdan, hoy Nueva York, en el valle del río Hudson. Era un asentamiento estratégico que permitía controlar el comercio de pieles a través del río. Poco después, en 1653, para protegerse del ataque de los nativos norteamericanos y de los ingleses, los colonos holandeses construyeron en el límite norte de la ciudad un muro, hecho de madera y barro. Bueno… realmente ellos no lo construyeron, lo mandaron construir. Fueron los esclavos africanos traídos a la colonia los que lo llevaron a cabo. Aunque años más tarde los ingleses derribaron aquella fortificación, el nombre de Wall Street sigue recordando a aquel muro. No fue lo único que hicieron los esclavos, que también se encargaron de despejar los bosques, construir los caminos, los molinos, los puentes, las casas, el muelle, la prisión, la iglesia... Y, por supuesto, eran la mano de obra que alimentaba a gran parte de las diferentes industrias. Entre finales del siglo XVII y comienzos del XVIII, ya en manos de los ingleses y renombrada como Nueva York, la ciudad experimentó un rápido crecimiento, impulsado por el trabajo de los esclavos. Y viendo que todavía podían sacarles más rendimiento, decidieron entrar de lleno en el negocio del comercio de esclavos. En 1711, el gobierno local aprobó la creación del primer mercado de esclavos de la ciudad. Precisamente en Wall Street. Aquel mercado, conocido como Meal Market, porque en él también se vendían grano y carne, fue clave en el comercio transatlántico de esclavos. Los barcos negreros, procedentes de África, llegaban a Nueva York cargados de esclavos que se vendían como mano de obra, sobre todo para las plantaciones de algodón. Y desde el mismo puerto se distribuía el propio algodón. Era una plaza tan importante que casi la mitad de los beneficios generados por el algodón en Estados Unidos acababan en Nueva York, gracias a los ingresos que obtenían los bancos, las aseguradoras y las empresas de transporte. Así, a las aseguradoras de los barcos, a los grandes comerciantes, y a los bancos que financiaban tanto los viajes como a los terratenientes, no les quedó más remedio que estar cerca de sus inversiones. En 1792, a la altura del número 68 de Wall Street, 24 empresarios y comerciantes de la ciudad firmaban un acuerdo para crear un mercado de acciones ordenado y regulado, germen de la actual bolsa de Nueva York. Sí, los orígenes de Wall Street también están relacionados con la esclavitud. Los bancos prestaban dinero a los propietarios de esclavos, y los aceptaban como garantía. Cuando los propietarios de estos esclavos incumplían los pagos de sus préstamos, los bancos se convertían en sus nuevos propietarios. Por su parte, los propietarios de plantaciones aseguraban sus bienes, firmando seguros de vida con las aseguradoras para cobrar primas si fallecían sus esclavos. Por ejemplo, en 1856, por dos dólares se podía firmar una póliza de 12 meses y asegurar a un esclavo doméstico de 10 años, cobrando 100 dólares si llegaba a fallecer. Para uno de 45 años el coste era de 5 dólares y medio. Mientras que los armadores de los barcos negreros firmaban pólizas para seturar la 'carga' en caso de pérdida, captura o muerte. Por supuesto, había disputas entre los distintos actores. En algunos casos, aseguradoras y armadores hasta llegaban a los tribunales, como ocurrió con el barco Zong. El Zong partió de Santo Tomé, una isla en la costa occidental africana, con rumbo a Jamaica, en septiembre de 1781. El viaje tenía una duración prevista de unos dos meses. El problema es que el capitán del barco, un tal Luke Collingwood, no tenía una gran experiencia. Su único interés era el dinero. Y cuantos más esclavos llevase, más dinero podría ganar. Cargó a 442 personas a bordo, muy por encima de lo normal. El hacinamiento, la desnutrición y las enfermedades empezaron a pasar factura: fallecieron 60 esclavos y 7 miembros de la tripulación. En noviembre, cuando ya tenía que haber llegado a su destino, el capitán se da cuenta de que ha cometido un error de navegación, y que aún le quedaba un mes más para llegar a puerto. Collingwood empieza a hacer cuentas, y calcula que si seguían muriendo o enfermando, perdería 30 libras por cabeza. Reunió a la tripulación, y les explicó la situación: el seguro suscrito aseguraba la pérdida, captura o muerte de los esclavos, pero exceptuaba los casos de muerte natural, por enfermedad o suicidio. Así que Collingwood propuso tirar por la borda a los esclavos enfermos. De esta forma, y utilizando la echazón, figura del Derecho Marítimo que permite al capitán arrojar al mar parte de la carga con el fin de salvar el resto, eliminaba a los esclavos enfermos a los que no los habría cubierto el seguro. La justificación para utilizar esta figura era que no tenían suficiente agua para cubrir las necesidades de la tripulación y lo que llamaban 'carga'. Durante varios días, fueron tirando esclavos por la borda; al principio, mujeres y niños y, más tarde, los hombres. En total, 133. Cuando ya estaba acabando el mes de diciembre, el Zong llega a Jamaica con 208 esclavos. Tras venderlos, William Gregson, el armador, reclamó a la aseguradora 4.000 libras por los esclavos perdidos. La aseguradora se negó a pagar, alegando que se trataba de "un mal manejo de la carga". El caso llegó a los tribunales, no por los asesinatos, sino por si la indemnización procedía, o no. Dos años más tarde, comenzó el juicio en Londres, solo con las declaraciones de la tripulación, porque el diario de a bordo se había perdido de forma misteriosa. En el juicio, se dio la razón a los armadores, pero la compañía de seguros apeló, llevando el caso a la Corte Suprema. Allí, la aseguradora presentó pruebas de que en el barco había agua más que suficiente para toda la tripulación y los esclavos. Todo ello, mientras el abolicionista inglés Granville Sharp pidió que se juzgase el caso por asesinato. El presidente de la Corte Suprema dio la razón a la aseguradora, acusó a la tripulación de negligencia, y anuló la sentencia anterior. Aunque, eso sí, desestimó tratar el caso como asesinato. De hecho, puso como ejemplo que sería lo mismo que si la carga hubiera sido de caballos.Algunas de las compañías implicadas han reconocido su participación en el comercio de esclavos. La aseguradora Aetna ha pedido perdón por estos casos. Mientras que JP Morgan, tras consultar los archivos, descubrió que aceptaron unos 13.000 esclavos como garantía, y terminaron siendo dueños de más de 1.000. También se disculpó, pero descartó las reparaciones económicas.
Cuando el dinero sí caía de los árboles
Tienes 18 años, estás en el salón de tu casa y tus amigos te animan a salir a tomar algo. Decides pedirle unos euros a tus padres y, enseguida, recibes la más irónica de las respuestas. "¿Tú qué te crees, que el dinero crece en los árboles?".En mayor o menor medida, es probable que todos hayamos vivido alguna vez una situación parecida a esta. Pues bien, ahora los más quisquillosos (y algo rencorosos quizá) deben saber que en realidad aquella máxima podía, o pudo algún día, ser rebatida con argumentos contundentes. Y no, no es lo que estás pensando. No nos referimos ni a que el algodón y el lino utilizado para fabricar los billetes proceden de plantas, ni a que alguna vez se hayan hallado metales preciosos en restos orgánicos de árboles. Hablamos de dinero cogido directamente de los árboles, dinero con el que se podían comprar cosas, o incluso con el que se pagaban impuestos. Se lo contamos. Para ello, tenemos que remontarnos a comienzos del siglo XVI, a la conquista de México tras el desmantelamiento del Imperio mexica. Este fue ejecutado por ejércitos de otros pueblos mesoamericanos en alianza con cientos de tropas españolas del llamado reino de Castilla que estaban bajo el mando de Hernán Cortés. En aquel momento, había que poner en marcha una nueva sociedad y, para ello, se necesitaba, entre otras cosas, la circulación de la moneda. Sin embargo, ni el dinero que llevaban los españoles que cruzaron el charco, ni las remesas de maravedís que se enviaron desde Sevilla, eran suficientes para atender a las necesidades de aquel vasto territorio que acababan de descubrir. Pese a todo, Hernán Cortés decidió empezar a acuñar una nueva moneda para poder pagarle a sus soldados. Se trataba de pequeños trozos de oro o plata, con forma irregular, que eran cortados de piezas ornamentales del famoso tesoro de Moctezuma. A estos fragmentos se les realizaba alguna marca para otorgarles un determinado valor y oficializar la acuñación. El proceso era algo rudimentario y, para mejorar la técnica, se fabricaron monedas con formas más redondeadas. Sin embargo, la escasez de oro obligó a añadir cobre en las elaboraciones hasta que, finalmente, el oro prácticamente desapareció. A esta nueva moneda se le llamó ‘tepuzque’, un término procedente del náhuatl, el idioma de los mexicas, que significa precisamente cobre. Pero esta fue una moneda que no convenció a nadie, ni a los indígenas, ni a los propios españoles. Los nativos las acababan tirando a los ríos y lagos, y para los invasores el término ‘tepuzque’ acabó derivando en un sinónimo de mentira o engaño. Por ello, con el tiempo, la palabra ‘tepuzque’ acabó derivando en México a ‘chapuza’ con el significado de ‘estafa’. El problema persistía y los colonizadores eran incapaces de instaurar una economía similar a la que conocían en Europa. Fue entonces cuando decidieron pararlo todo e intentar estudiar mejor el funcionamiento de la economía en el terreno antes de su llegada. Ahí descubrieron cuál era el verdadero dinero de los mexicas: el cacao. Además de usarlo como bebida, como alimento, como medicamento o estimulante, el cacao era la moneda de los nativos. El cacao, en concreto, sus semillas, se usaban como moneda porque cumplía todos los requisitos que se le exigen al dinero. Por un lado, estaba regulado y controlado, ya que sólo las familias más pudientes podían tener plantaciones y, por otro, se podía contar y fraccionar y era fácil de conservar, almacenar y transportar. Además, el cacao era un producto que ya tenía cierta jerarquía dentro de aquella sociedad, ya que muchos consideraban al chocolate como “la bebida de los dioses” y era utilizado en rituales y ceremonias. Los españoles no lo dudaron más y se entregaron a la clarividente idea de que había que sumarse al modelo económico precolombino y aceptar esas semillas de cacao como moneda. Eso sí, de la misma manera que los aborígenes tenían regulado en ‘cacaos’ el precio de los productos en los mercados, los tributos y los correspondientes salarios por el trabajo, la Corona Española se lanzó también a regular el valor del cacao para que pudieran convivir ambas monedas.Nos referimos al propio cacao y a aquellos maravedís que llegaban desde Sevilla. Por poner un ejemplo, en el año 1555 un real de plata (34 maravedís) equivalía a 40 cacaos. Veinte años después, ese real se revalorizó a 100 cacaos. Aquellos mercados prehispánicos estaban controlados y supervisados por una especie de inspectores que eran los encargados de vigilar los precios, los pesos y medidas de las transacciones, y los pagos que se hacían con moneda falsa. Y es que había estafadores que intentaban colar semillas de otro producto haciéndolas pasar por cacao o que usaban cacaos falsificados. El método para esto último era muy curioso.Del mismo modo que hoy en día se falsifican los billetes, en aquella época ya se trataba de falsificar el cacao. ¿De qué forma? Sacando la pulpa del interior de la semilla, rellenándola con barro y volviendo a encajarle la cáscara. Se demuestra así que la picaresca ya existía en el continente americano antes de que llegasen los españoles.Con todo ello, el cacao se acabó asentando como moneda más tiempo del que muchos imaginan. Aunque en 1535 Carlos I ordenó el establecimiento de Casas de la Moneda en México, más tarde en Santo Domingo, Lima o Potosí, todo ello, con el objetivo de acuñar moneda directamente en América, el cacao se siguió usando como moneda hasta finales del siglo XVIII. Se trata, por tanto, de casi dos siglos en los que sí, el dinero caía de los árboles. Este episodio está inspirado en un artículo de Javier Sanz, la edición sonora del capítulo ha corrido a cargo de Israel Cánovas, la adaptación del texto es cosa mía, les ha hablado Adrián Ruiz.
Cuando las legiones romanas exigieron un sueldo
La antigua Roma, durante los tiempos del a República, era una sociedad principalmente agrícola. Las legiones, que jugaban un papel fundamental en la expansión territorial, estaban formadas por ciudadanos libres, que en tiempos de paz trabajaban sus tierras, y que eran reclutados para la guerra.Pero aquel modelo de ejército a tiempo parcial se mostró insuficiente, tanto para atender las innumerables y prolongadas campañas de conquista en las que se embarcó Roma, como para establecer guarniciones en los territorios sometidos. Una circunstancia que obligó a reorganizar las legiones, convirtiéndolas en un ejército regular. Pero claro, esta medida tuvo consecuencias, la principal, económica. Porque aquellos soldados, ya casi profesionales, debían tener una paga: el stipendium, o estipendio.El problema es que tenían que buscar cómo afrontar este gasto. Y decidieron que no lo iban a pagar ellos, sino que se lo iban a encasquetar a otros. Si las águilas romanas llegaban hasta tu territorio, la tribu en cuestión tenía dos opciones: firmar un tratado o enfrentarse a las todopoderosas legiones. Lo más recomendable solía apostar por alcanzar un acuerdo, y convertirse en una ciudad libre o aliada. Porque si ibas a la guerra y perdías... eras conquistada, y te convertías en stipendiariae. Quedabas bajo el mando de un gobernador nombrado por Roma, y tenías que pagar tributos, tanto en forma de dinero, de provisiones, o con cualquier otro servicio.La parte que se satisfacía económicamente se liquidaba en moneda, y se utilizaba para pagar a los legionarios que habían conquistado el territorio. Se abonaba en denarios, la moneda de plata que era la base del sistema monetario romano.El denario pesaba 4,5 gramos, y era casi de plata pura. Comenzó a acuñarse en el siglo III antes de Cristo, y desde el principio se convirtió en protagonista de la política económica de Roma. Cada que que necesitaban financiación, tenían dos opciones: subir impuestos o devaluar el denario. Como el valor de la moneda estaba determinado por el metal empleado en su fabricación y por su peso, para devaluarlo bastaba con reducir la plata empleada en su fabricación, y por lo tanto, su peso.En el año 145 antes de Cristo el peso del denario ya había caído hasta los 3,9 gramos. Y en tiempos de Nerón alcanzó los 3,41. De esta forma, con la misma plata se podían acuñar más monedas, y había más dinero para gastar. Hay que sumar que, además, los denarios dejaron de ser de plata pura, mezclándola con metales menos valiosos. De hecho, en tiempos de Caracalla, las monedas llegaron a tener menos de un 50% de plata. Los ingredientes perfectos para disparar la inflación.Más allá de las devaluaciones decretadas por los diferentes emperadores, había una adicional, provocada por la clásica picaresca mediterránea, llevada a cabo por los ciudadanos. Como estas monedas estaban fabricadas por metales preciosos, los menos favorecidos, que no tenían ni circo ni mucho menos pan, raspaban los bordes de las monedas y vendían las limaduras del metal después de fundirlas.De hecho, una de las funciones de los argentarii, los banqueros privados de la época, era la de retirar de circulación las monedas más deterioradas que, tras pasar por tantas manos, habían perdido peso y valor. Una solución aplicada entonces para luchar contra esta actividad, y que ha sobrevivido hasta nuestros días, es poner crestas en los bordes de las monedas, para que sea más fácil de detectar a simple vista la manipulación.Estas inflaciones sucesivas se tradujeron en un importante malestar entre la población, sobre todo entre los trabajadores que recibían su paga en denarios. Y los más enfadados, como es normal por su número y por su importancia en el imperio, eran los legionarios. Tanto, que en el siglo IV exigieron cobrar en una moneda más estable y fiable.El emperador Constantino decidió entonces acuñar una moneda de oro, el solidus, con el que se empezó a pagar el estipendio de las legiones. De esta forma, el nombre de la nueva moneda pasó a designar la paga periódica de los legionarios, y después la de todos los contratados para hacer un trabajo. Mientras que el solidus, el sólido, es el origen etimológico de nuestro sueldo.
Historia de las propinas en EEUU: por qué son casi obligatorias
Las propinas son siempre un tema polémico. ¿Hay que dejarlas? ¿Es obligatorio? ¿Me van a mirar mal si no la incluyo? ¿Se va a quejar el camarero? En España son voluntarias, pero para los profesionales, especialmente en el sector de la hostelería, son esperadas. Son un gesto de agradecimiento por el servicio recibido, o una forma de asegurarse un trato preferente si el cliente va a volver en el futuro.Pero se trata de un tema eminentemente cultural, con importantes diferencias según el país en el que nos encontremos. Así, hay algunos países, principalmente en Asia, donde es una costumbre muy mal vista, que incluso se puede considerar grosera o de mal gusto. Algo parecido pasaba en Paraguay, donde las propinas eran vistas como una especie de soborno incómodo, pero con el aumento del turismo recibido se han ido normalizando, y los profesionales ya las esperan con alegría.Hay otros países, como la vecina Francia, Cuba, Países Bajos, Alemania... donde son obligatorias. En algunos casos, incluso es un servicio incluido en la cuenta, del que no te puedes librar.Pero donde se libra la batalla principalmente es en países como Canadá, India, República Checa... y sobre todo Estados Unidos, donde las propinas son un pilar fundamental para los sueldos de los camareros. Y para los taxistas, los peluqueros, los recepcionistas de hotel... No son obligatorias, pero son casi un deber moral. Da igual si el trato recibido ha sido bueno, malo o regular, se espera que se dé. Y en algunos casos hasta se incluye el porcentaje esperado en el ticket.¿Cómo surge esta tradición? ¿En qué momento las propinas se volvieron tan importantes para los trabajadores? ¿A qué se debe? Sorprendentemente, la cultura del 'tipping' está en realidad fuera del país. De hecho, hasta 1840 no existía esta práctica, según el historiador Kerry Segrave.Era una tradición europea. Se calcula que se originaron en Inglaterra en el siglo XVI, cuando los huéspedes dejaban dinero para los empleados de sus anfitriones, para compensar el trabajo adicional que les generaban. Un libro anónimo inglés de 1795, recogido por la BBC, explica un poco su funcionamiento en aquella época. "Si un hombre con su caballo se aloja en una posada, además de pagar la factura debe dar al menos un chelín al camarero y seis peniques a la mucama, al mozo de cuadra y al limpiabotas, lo que suma media corona".Un viajero inglés llamado John Fowler, famoso ingeniero especializado en ferrocarriles, viajó a Nueva York en 1830, con esta experiencia y esta cultura de las propinas a sus espaldas. Tomó numerosas notas durante su visita, entre las que destacaba el siguiente gasto: "Total, 81 centavos; camarero 0, mucama y botas, ídem; y cortesía y agradecimiento por el trato. ¿Se verá esto en Inglaterra? Pasará algún tiempo antes de que allí se convierte en costumbre".¡Creía que la costumbre de que no hubiera propinas se trasladaría de Estados Unidos a Europa! Sin embargo, ocurrió lo contrario. Cuando el siglo XIX tocaba a su fin, los estadunidenses importaron la costumbre europea. Fue la vocación elitista de aquellos americanos, imitadores de las prácticas de la aristocracia europea, los que empezaron a dar propinas en su país. Era un gesto como para recordar que tenían una educación refinada.También jugó un papel fundamental en la consolidación de esta práctica el fin de la esclavitud. Los restaurantes querían seguir teniendo mano de obra negra gratuita, así que adaptaron las propinas para convertirás en el salario de los empleados. "Les dijeron a los negros: te vamos a contratar, no te vamos a pagar, pero puedes recibir propinas", explica Saru Jayaraman, activista pro derechos laborales, en declaraciones a BBC. Hay que tener en cuenta que los empleados negros representaban casi la mitad de la industria hostelera.El racismo también ejercía una gran presión en este aspecto. "Los negros aceptan propinas, por supuesto, uno espera eso de ellos, es una señal de su inferioridad. Pero dar dinero a un hombre blanco me daba vergüenza", señaló en 1902 el periodista John Speed, según NPR.Como ahora, las propinas ya recibían críticas en aquella época. En 1904 surge la primera sociedad contra las propinas, que llegó a sumar más de 100.000 personas que se negaban a pagar propinas. Uno de los principales detractores de esta práctica era el propio presidente, William H. Taft. Hasta 6 Estados llegaron a prohibir por ley las propinas, aunque en la década de los 20 derogaron todas estas leyes.La cultura del tipping, de las propinas, se consolida definitivamente en 1966. El Congreso aprueba entonces la Tip Credit, una disposición que permitía a las empresas del sector servicios pagar a algunos empleados por debajo del salario mínimo. Daban por hecho que sus ingresos se verían compensados a través de las propinas recibidas.En la actualidad, el salario mínimo de estos trabajadores está fijado en 2,12 dólares por hora, una cifra que lleva congelada desde el año 1991. Son muchas las voces que vuelven a insistir en prohibir las propinas en Estados Unidos. Algunos Gobiernos regionales, como los de California, Oregón o Nevada, han impulsado leyes en este sentido, que elevan el salario mínimo de los camareros, para que no dependan de las propinas para completar los ingresos básicos.Una tendencia que ha llegado ya a la Casa Blanca, que busca impulsar esta especie de Ley de Antipropinas, que tiene como principal objetivo reducir la precarización salarial.
Historia del precio del dinero: de Hammurabi al BCE
El Banco Central Europeo va a subir los tipos de interés este 21 de julio. Así lo anunció el mes pasado y lo ha reafirmado en varias ocasiones posteriores. Será el primer incremento de los tipos en la eurozona en 11 años, dando paso a un nuevo capítulo en la historia del precio del dinero. Una historia que se remonta a muchos siglos atrás y demuestra que todo ha tenido un precio siempre. “El dinero puede intercambiarse por bienes y servicios”. Este es el sencillo argumento que el cerebro de Homer da al emblemático personaje de la serie televisiva 'Los Simpson' para convencerse a sí mismo de que era mejor haber encontrado un billete de 20 dólares debajo del sofá que el cacahuete que se le había caído. Una descripción simple sobre qué es el dinero: eso que inventó el ser humano hace milenios para pagar cosas a las que previamente se les pone un precio. Pero es igual de importante saber que el propio dinero también tiene precio, conocido como interés. Es más: se sabe que ya lo tenía incluso antes de que se acuñaran las primeras monedas. ¿Cómo es posible? En algún momento del pasado, las personas se cuestionaron qué ventaja sacaban aquellos que prestaban algo a otros, dejando de disponer ellos mismos de eso que cedían a cambio de nada. "Lo más probable es que el préstamo con interés naciera con el mismo dinero", nos explica Rafael Barquín, profesor titular de Economía Aplicada e Historia Económica de la UNED. Es imposible saber cuándo sucedió exactamente eso, pero sí es bastante revelador que los textos legales de las primeras grandes civilizaciones ya regulaban las condiciones de los créditos. Alrededor del 1800 antes de Cristo, Hammurabi, sexto rey de la primera dinastía de Babilonia, ordenó hacer un compendio de leyes para unificar las diferentes normas del imperio. Así nació el famoso Código de Hammurabi, uno de los primeros códigos legales de la Historia. El conjunto de leyes (282 en total) fue cincelado en una enorme pieza de basalto negro que en la actualidad puede contemplarse en el Museo del Louvre de París. Además de contener una de las versiones más antiguas de la ley del talión (la del ojo por ojo), el Código de Hammurabi es relevante por regular la relación entre acreedores y deudores. En concreto, las leyes babilónicas establecían que el interés máximo en los préstamos de plata era del 20% anual. También fijaba en el 33,3% el 'tope' para el interés de los préstamos de grano, reembolsables en especie, según el economista estadounidense Sidney Homer.
Origen y expansión de los restaurantes chinos
En Estados Unidos hay más de 45.000 restaurantes chinos, más que la suma de McDonald's, Burger King, KFC y Wendy's juntos. Un auge que no sigue el proceso habitual de maduración de un mercado, sino que ha estado marcado por diversos hitos, en los que sobrevuela constantemente el racismo.La comida china llega a Estados Unidos cerca del año 1850, cuando los primeros ciudadanos del gigante asiático emigran a California, atraídos por la fiebre del oro, y huyendo de la inestabilidad que vivía China. Inicialmente cocinaban para ellos mismos, pero pronto se dieron cuenta de que había un nicho de mercado disponible en la comida preparada para mineros. Hasta ese momento, la oferta al alcance de estos trabajadores era muy monótona, protagonizada por el cerdo, las patatas o el estofado.Con tan poca variedad a su alcance, los mineros pronto aprendieron a valorar los sabores que llegaban desde el otro lado del Pacífico. El wok era el protagonista de las creaciones culinarias chinas, donde cocinaban, removían y freían todos los alimentos.Hablamos de una época en la que residían en Estados Unidos unos 4.000 chinos. Pero en tan solo cuatro décadas su número se disparó hasta los 100.000. El crecimiento de la población disparó los prejuicios, los bulos y el sentimiento contra los chinos, provocando tensiones entre los trabajadores, especialmente los mineros, que temían perder sus empleos. La hostilidad en este sector era tan grande y tan violenta que ni siquiera lograron trabajos en este sector, apostando sobre todo por la construcción de vías férreas.La presión que ejercieron sobre la clase política fue asfixiante, y cada vez mayor. Tanto, que finalmente el Congreso aprobó en 1882 la Chinese Exclusion Act, la Ley de Exclusión China, que restringía fuertemente la inmigración y que además impedía que los ya residentes en Estados Unidos pudieran obtener la nacionalidad. La Ley fue prorrogada, aún con más restricciones, en 1892, con medidas que estuvieron vigentes durante 60 años.La ley logró sus objetivos. Desaparecieron los barrios chinos de buena parte de las ciudades estadounidenses, ya fuera por la nueva normativa, o por el acoso al que se vieron sometidos los ciudadanos chinos.Pero la ley de exclusión contaba con algunas excepciones, que permitían a los chinos seguir residiendo en EEUU. En concreto, se trataba de profesores, sirvientes y mercaderes. Y esta última categoría incluía a los propietarios de restaurantes, que se encontraban entre los que menos restricciones sufrieron. Podían entrar y salir de Estados Unidos, y traer con ellos a familiares, no como otros afectados, que se vieron separados de sus familias por el resto de sus vidas.Así, todos los que pudieron permitirse crear este tipo de negocios encontraron la forma de eludir las restrictivas leyes de inmigración. Pero aunque montar un restaurante se había convertido en un salvoconducto para los ciudadanos chinos, tenían que buscar la forma de convertirlos en negocios rentables. Y no era fácil, porque el racismo latente que había contra los chinos, pese a la aprobación de la ley, era enorme, y no querían ir a sus restaurantes.Todo cambia en 1896, cuando visita Estados Unidos Li Hongzhang, un importante diplomático chino. Su viaje despertó gran expectación, y fue cubierto por la prensa de la época, porque eran muchos los empresarios autóctonos que querían invertir en China.Muchos de los medios se hicieron eco de que la comida favorita de Li era el Chop Suey, lo que generó mucho interés entre los lectores, que empezaron a acudir a los restaurantes chinos para probar este plato. De hecho, los locales de la época se llamaban 'Chop Suey Restaurants', y adaptaban las recetas para tratar de adaptarse al gusto de los americanos y facilitar su expansión.Da la casualidad de que el chop suey es un plato rodeado de polémicas. De hecho, ni siquiera es un plato originario de China, donde se cuenta que por entonces ni siquiera lo conocían, sino que nació en Estados Unidos. Como con los orígenes de tantas otras recetas, alrededor del chop suey también circulaban muchas leyendas. La más aceptada cuenta que un grupo de mineros muy enfadados llegaron un día a un restaurante chino, pidiendo comida. El dueño del local, asustado, echó todos los ingredientes que tenía a mano en un wok, dando lugar a ese nuevo plato que llamó Chop Suey. A pesar de estar hecho a partir de sobras, se convirtió en el favorito de todos los clientes.Desde los inicios del siglo XX la expansión de los restaurantes chinos fue exponencial. En 1900 en Chicago había un único local, pero en 1905 ya eran 40. En Nueva York, cada década se duplicaba el número de restaurantes, y en 1930 ya generaban 150 millones de dólares en ventas. Y habían superado a las lavanderías como el sector que más trabajo daba a los chinos. Y todo a pesar de que la población china prácticamente se había reducido a la mitad, debido a las restricciones, pasando de 105.000 ciudadanos en el momento cumbre a tan solo 61.000 en 1920.En pleno auge de los restaurantes chinos, para llevar el negocio un punto más lejos, empiezan a experimentar con el envío a domicilio de comida caliente. Lo más difícil era encontrar el recipiente perfecto. Y lo descubrieron casi de casualidad. Los pescaderos utilizaban una caja de cartón con un asa para servir las ostras, que sacaban de sus conchas. Pero era un mercado en crisis, debido a la sobrepesca. Los empresarios chinos se dieron cuenta de que esos cubos eran perfectos para transportar su comida preparada. Y ese diseño ha durado hasta nuestros días.Como tantos otros negocios, sufre con la segunda guerra mundial, y entra en crisis con la Guerra de Corea. Con el ya tradicional trasfondo racista, las visitas a los restaurantes chinos decaén tras este conflicto. La situación no logra remontar hasta 1972, cuando el presidente Richard Nixon visita China, en el primer viaje oficial desde la revolución comunista. Las noticias giraban en torno a las numerosas cenas de Estado que se iban a celebrar, en las que los estadounidenses veían a su líder disfrutando de comidas de las que nunca habían oído hablar. Al día siguiente había restaurantes chinos en Estados Unidos replicando los menús.La demanda de comida china se disparó. Y en concreto, el pato laqueado a la pekinesa, o pato pekín, el favorito de Nixon, se convirtió en el más vendido de cualquier restaurante.Hay que insistir en este punto que la comida que se vendía hasta entonces no era puramente china. Los cocineros servían versiones que podríamos llamar americanizadas, para adaptarse a los gustos y peculiaridades de los americanos. Como contábamos con el caso del chop suey, algunos ni siquiera se conocían en Asia.La visita de Nixon rompe esta barrera, y permite a los chefs desarrollar y vender platos más tradicionales, además de probar nuevas ideas. Se suma además el fin de las leyes restrictivas y las nuevas normas de emigración, que hace que lleguen a Estados Unidos asiáticos de otras partes, como Taiwan o Hong Kong, además de otras regiones de China, que sirven auténtica comida china. Tras décadas de adaptación, los americanos ya estaban preparados para estos nuevos platos.El éxito de la comida china no ha dejado de crecer desde entonces, en Estados Unidos y en todo el mundo. Es, por ejemplo, la segunda que más se vende a domicilio, solo por detrás de las pizzas. Da trabajo a cientos de miles de personas. Se puede encontrar más tradicional, moderna o fusión. Y es la favorita de millones de personas en todo el mundo.
Leonardo del Vecchio, el niño criado en un orfanato que se hizo millonario gracias a las gafas
El italiano Leonardo del Vecchio ha sido el ejemplo perfecto de lo que es una persona hecha a sí misma. Nació en Milán, en 1935, y lejos de heredar una fortuna, fue criado en un orfanato. Fue un visionario que, tras trabajar en varias fábricas, se dio cuenta de que las gafas no eran solo una herramienta para ver mejor, sino que también tenían un componente de moda y diseño. Con esa idea en la cabeza lanzó Luxottica, que acabó siendo el mayor fabricante de gafas del mundo, lo que le convirtió en una de las personas más ricas. Del Vecchio ha fallecido este mes a los 87 años. De familia muy humilde, Leonardo del Vecchio ni siquiera llega a conocer a su padre, un vendedor de verduras en las calles de Milán que fallece cinco meses antes de su nacimiento. Su madre, que tiene tres hijos más, lo deja en un orfanato cuando Leonardo tiene 7 años. Una reciente biografía autorizada cuenta que su paso por el orfanato le formó un carácter de acero, y fue donde aprendió el gusto por esa precisión que luego como empresario le dio tantos éxitos. En plena adolescencia, con tan solo 14 años, Leonardo se pone a trabajar en una fábrica. Una decisión que, sin saberlo, acabaría marcando su futuro. La planta en la que trabaja como aprendiz, dedicada al diseño de piezas metálicas de todo tipo, incluyendo monturas para gafas, le abrió, nunca mejor dicho, los ojos sobre lo que quería hacer con su futuro. Por ello, decide compaginar su empleo con un curso por las tardes de diseño industrial, en el que aprende a tallar y grabar metal. Con 22 años y con los estudios completados, se traslada a Trentino, donde se incorpora como obrero, ya no aprendiz, en una empresa de grabados. Ahí es donde descubre su pasión por el mundo de las gafas, y donde tiene su gran visión: no son solo una herramienta para ver mejor, o para protegerse de sol, sino que son un producto de moda, con estilo, en el que el diseño juega un papel fundamental. Más tarde, decide trasladarse a Agorno, el epicentro de la industria de las gafas en Italia, que además ofrecía facilidades para las personas que quisieran fundar allí su empresa. Y allí nace Luxottica, una compañía que inicialmente se enfoca en fabricar piezas metálicas para gafas y herramientas vinculadas con este arte. El negocio es un éxito, pero Del Vecchio no se conforma. Tres años después, deja de fabricar piezas y comienza a desarrollar monturas completas. Cuenta ya con 14 empleados. Y En 1967, mientras continúa produciendo productos semi-acabados para terceros, comienza a desarrollar la idea que le acaba catapultando al éxito: fabricar gafas completas para terceros. Leonardo acude a una feria del sector en Milán, y sus productos triunfan entre los asistentes por su originalidad, su diseño y su excelente manofactura. Tiene tanto éxito entre el público, y recibe tantos pedidos, que decide que tiene que empezar a vender sus propias gafas, bajo su marca. Pese al éxito, Del Vecchio sigue sin estar convencido. Cree que le falta mayor contacto con el cliente final, lo que le impide conocer mejor el sector y las necesidades del público. En 1974, soluciona este déficit con la compra de Scarrone, una distribuidora que estaba más que asentada en el mercado italiano, y que le permitía controlar la venta de sus propios productos. Ahora sí, el sueño estaba cumplido: controlaba todo el proceso, desde el diseño de las gafas, su producción y su distribución. Entramos en la década de los 80, en la que Luxottica da el salto definitivo. Comienza su expansión internacional, con una filial en Alemania, un país que también contaba con una amplia tradición en el campo de las gafas. Y es entonces también cuando entra en Estados Unidos, repitiendo la fórmula que ya había hecho y que repetiría después muchas veces: comprar una marca ya asentada. La elegida es Avantgarde, una compañía de gafas norteamericana, para lo que pide un importante préstamo. Abre cuatro nuevas fábricas, y contrata a más de 4.000 personas. En solo un año ya había devuelto el dinero. Del Vecchio mantenía a la empresa en constante crecimiento. Y, además, no dejaba de invertir en innovación, desarrollo y diseño. El objetivo seguía siendo fabricar las mejores gafas posibles. Perseguía la excelencia. Mientras tanto el proceso de expansión continuaba. Seguía adquiriendo empresas en Estados Unidos, al tiempo que abría sus propias filiales en Reino Unido, Francia y Canadá. Y cuando la década tocaba a su fin, otro movimiento revolucionario para la industria llevado a cabo por Leonardo del Vecchio. Ya tiene claro que las gafas son un accesorio de moda, una expresión de estilo. Y decide firmar un acuerdo con el diseñador Giorgio Armani, uno de los símbolos de Italia, para producir su línea de gafas. Esta colaboración, que se extendió durante 15 años inicialmente -la retomaron de nuevo en 2013-, fue el comienzo de una cartera de licencias con las principales marcas de moda de todo el mundo. Las gafas de cualquier firma de lujo que podamos imaginar están fabricadas por Luxottica: Versace, Tiffany, Prada, Ralph Lauren, Michael Kors… todas. En la década de los 90, se convierte en una empresa cotizada, saliendo a bolsa en Nueva York. El dinero ingresado con esta maniobra le da margen para seguir adquiriendo compañías del sector. Y es en ese marco en el que se producen los dos últimos grandes movimientos de Loxittica, que le consolidan como la marca de gafas más importante del mundo: la compra en 1999 de Ray-Ban, y en 2007 de Oakley. La marca estadounidense Ray-Ban, con más de 60 años de historia, tenía algunos de los diseños más icónicos del mundo. Era conocida sobre todo por el modelo Aviador, vinculado con los pilotos del ejército americano. Y sus diseños los llevaban famosos y artistas de todas partes. Estaba en crisis, y Luxottica aprovechó la oportunidad para hacerse con ella por unos 650 millones de dólares. Pero no solo se hizo con su pasado, sino que siguió invirtiendo en nuevos modelos que también se hicieron muy conocidos y consolidaron su imagen de estilo y libertad. En el caso de Oakley, la empresa de gafas deportivas más importante, también estaba pasando un mal momento en 2007. Viendo su debilidad, Luxottica lanza una OPA hostil sobre ella, comprándola por más de 2.000 millones. También fueron socios de Google para lanzar las famosas, innovadoras y olvidadas Google Glass. Para entonces, Del Vecchio ya había dado un paso al lado en la compañía. En 2004 deja al mando a Andrea Guerra. Sin embargo, dicen las malas lenguas que el fundador seguía teniendo la última palabra en todas las decisiones que se tomaban. Finalmente, en 2014, Del Vecchio se cansa y decide recuperar el control de la compañía. En 2018, cuando Del Vecchio tenía más de 80 años, toma la última gran decisión: fusionarse con la francesa Essilor, la otra gran compañía del sector, formando un gigante europeo valorado en más de 50.000 millones de euros. Hoy por hoy, es la empresa de gafas más grande del mundo, con más de 7.000 tiendas y casi 80.000 empleados. Además de en Luxottica, Del Vecchio también invirtió en importantes empresas inmobiliarias; en la aseguradora Generali, la más importante de Italia; y era el principal accionista de Mediobanca. Sus problemas con los principales directivos de estas empresas, con los que tuvo fuertes enfrentamientos e incluso intentó derrocar, fueron legendarios. Una carrera profesional tan larga y exitosa también tuvo momentos de crisis. Las autoridades antimonipolio tanto de Estados Unidos como de Europa siempre han tenido sus ojos puestos en Luxottica, aunque nunca han logrado acusarle. Los expertos consideran que ejerce un oligopolio que le permite subir precios a su antojo, con productos cada vez más caros, a pesar de su escasa evolución. Además, en 2009 tuvo que pagar una multa de más de 300 millones por evasión de impuestos. Del Vecchio, criado en un orfanato de Milán, llegó a ser la segunda persona más rica de Italia, solo superado por la familia Ferrero, la de los chocolates; y ocupó el puesto 52 de los más ricos del mundo, con una fortuna de casi 22.000 millones de euros. Su última esposa y sus seis hijos se repartirán el imperio heredado.
Leyendas y accidentes detrás del origen de Kellogg's
La centenaria compañía agroalimentaria Kellogg ha anunciado su escisión en tres empresas cotizadas, que operarán de manera independiente. Una incluirá las marcas relacionadas con los cereales y aperitivos en los mercados internacionales; otra acoge las enseñas más implantadas en Estados Unidos y Canadá; y la tercera agrupa los productos vegetarianos.Este es el último movimiento estratégico de una empresa que ha logrado convertirse en líder mundial, solo igualada por el gigante Nestlé. Una empresa que lleva desde su nacimiento, a principios del pasado siglo, tomando decisiones arriesgadas que le han llevado hasta su posición actual.Para entender el origen de la compañía hay que irse aún más atrás en el tiempo, a los años 80 del siglo XIX. Al seno de la familia Kellogg. John Harvey, el mayor de los hermanos, destacó desde muy pequeño por su inteligencia, estudió medicina, y ocupó un cargo destacado en el sanatorio The San, en Battle Creek, Michigan. Allí aprovechó su posición para contratar a su hermano Will, para el ala comercial de la institución, tras fracasar este en el negocio de escobas familiar. Su relación siempre fue complicada, marcada por una fuerte rivalidad, y por las constantes humillaciones del hermano mayor.En el sanatorio la relación no era mejor. John seguía menospreciando a su hermano menor constantemente, tratándolo como un lacayo. Pero fue gracias a una de estas tareas de poco valor que John le encalomaba a su hermano de las que surgieron los famosos cereales de desayuno.Era una época en la que empezaba a darse importancia a la nutrición y al cuidado de la alimentación. Una de las principales labores de John, y la que le dieron gran prestigio, era el desarrollo de dietas más saludables y fáciles de digerir. Tan talentoso era en su campo, que al complejo no solo acudían pacientes, sino también personalidades de la época, como Thomas Edison o Henry Ford, que trataban de mejorar su salud.Con una alimentación basada en alimentos de origen animal y muy grasos, en The San apostaban por algo más ligero. John, con la ayuda de su hermano, dedicaba mucho tiempo a investigar e innovar en alimentos más saludables, y que además tuvieran un sabor atractivo para los pacientes. Y los cereales jugaban un papel fundamental, ya que eran fáciles de digerir.Y aquí es donde se mezclan la realidad y las leyendas. La primera cuenta que na mañana en la que ambos hermanos estaban trabajando con trigo hervido, fueron requeridos para una urgencia. Desatendieron la cocina, lo que provocó que las láminas con las que estaban trabajando se secaran y se pusiesen durísimas. Intentan pasarlas por el rodillo para tratar de ablandarlas, y se parten en pequeños trozos. Quedaba poco tiempo para el desayuno y tenían que improvisar algo para que los pacientes pudiesen alimentarse.Solo tenían miles de trozos de copos aplastados, y muy duros. ¿Qué podían hacer? A la desesperada, deciden hornear estas pequeñas piezas, que quedaron muy crujientes, y servirlas con un vaso de leche que permitiera ablandarlas.Hay una segunda leyenda, más morbosa pero también más difícil de creer. John, perteneciente a la Iglesia Adventista del Séptimo Día, era profundamente religioso. Una de sus principales cruzadas era contra el sexo en general, y contra la masturbación en concreto. Creía que esta práctica era responsable de hasta 39 enfermedades, y que provocaba daño físico, psíquico y moral.En su lucha contra los deseos sexuales -los ajenos y los propios, pues cuentan que ni siquiera llegó a consumar su matrimonio en los 40 años que duró-, la alimentación jugaba un papel clave. Creó una lista de comidas que podríamos llamar antiafrodisiacas. Para el doctor, cuanto menos sabor tuviera la comida y menor elaboración, más hacía por reducir el apetito sexual, y por lo tanto, más saludable se podía considerar.Y ahí entran en juego los cereales. Un alimento sencillo, simple y poco explotado hasta entonces. Experimentando con este producto, descubrieron los famosos copos tostados, de avena y maíz, que les daban a los pacientes con un poco de leche para que se ablandaran.Sea como fuere, los Kellogg tenían entre manos un alimento de éxito. A los pacientes les había encantado. Tanto, que muchos, cuando se iban del centro, encargaban numerosos paquetes para poder seguir desayunando este producto en su casa. Después, en una especie de comercio a distancia pionero, encargaban por carta cajas para que se las enviasen a domicilio. Lo dicho, un éxito.Ante la elevada demanda, John decide automatizar la producción y distribución de los cereales, de lo que se ocupa William.
Así eran las prisiones para morosos en la Edad Media
Aunque pueda parecer lo contrario, la morosidad no es un fenómeno reciente. Es más antigua incluso que el propio dinero, ya que hasta en la época del trueque y el intercambio de bienes, cuyo pago en ocasiones se aplazaba, ya se producían situaciones de impagos de deudas. Lo que ha evolucionado en este tiempo es la forma de tratar a dichos morosos. En aquellos tiempos pretéritos, las normas más primitivas, o incluso la inexistencia de las mismas, provocaban que estos conflictos acabasen resolviéndose por medio de la violencia, llegando en muchas ocasiones a provocar la muerte del moroso si no podía afrontar sus deudas. Con el paso del tiempo, las condenas por delitos de morosidad fueron evolucionando y humanizándose. En la Antigua Roma, podías acabar esclavizado para saldar una deuda pendiente. Más adelante, a los morosos se les humillaba en público para señalarlos y avergonzarles. El punto álgido de la persecución a los morosos quizá se alcanzase entre la Edad Media y la segunda mitad del siglo XIX, cuando se extendieron por Europa las llamadas prisiones para deudores. En ellas eran encerrados los morosos condenado y, en ocasiones, se fijaba un tiempo de estancia, aunque lo más normal era que los reos solo lograsen la libertad tras cancelar su deuda. El objetivo de estas condenas no era tanto hacer cumplir al sancionado con la obligación de pagar, sino presionarle para que acabase revelando bienes que tuviera ocultos o escondidos. En Europa fueron conocidas las prisiones para deudores de Alemania, que usaban este castigo como método para obligar a que pagasen y, en otras ocasiones, para que no pudiesen huir, y asegurar así su asistencia al juicio contra ellos. Llegar a este punto era muy deshonroso para el deudor. También en Países Bajos cobraron gran importancia estas edificaciones. Allí podían acabar los morosos que se negaban a comparecer en juicio, o los que no pagaban sus multas o deudas. Además, el paso por estas prisiones de deudores no cancelaba la cantidad debida ni sus correspondientes intereses. Malta o Grecia son otros países que también contaban con este tipo de cárceles. Pero las más famosas e importantes de Europa fueron las británicas. Entre los siglos XVIII y XIX, más de 10.000 personas eran detenidas cada año por culpa de la morosidad. Y como en tantos y tantos aspectos de la vida, dentro y fuera de la cárcel, los humildes lo tenían más complicado que los miembros de familias más pudientes. A los pobres, aunque estuvieran condenados por deudas míseras, les era imposible saldarlas y muchos acababan muriendo en prisión. Además, al ser una carga para los guardianes, que no tenían forma de aprovecharse de ellos, eran tratados con brutalidad. La única opción para ellos era la caridad. Para ello, se habilitaba en estas prisiones de deudores una habitación, con una reja que daba a la calle, a través de la cual podían pedir limosna a los transeúntes. Las condiciones eran algo mejores para los encarcelados bien posicionados a nivel económico, ya que muchos sobornaban a los guardias que, debido a sus bajos salarios, estaban abiertos a este tipo de acuerdos. Además, a estos acaudalados se les permitía recibir visitas e incluso hacer negocios, lo que aumentaba las opciones para saldar la deuda y conseguir la ansiada libertad. Las mujeres lograban mantener activos burdeles si sobornaban a los guardias. En algunas prisiones, como la famosa Fleet Prison de Londres, hasta les permitían vivir fuera de la cárcel, en las calles cercanas. Sin embargo, hasta para los más afortunados, la vida en estas prisiones estaba lejos de ser ideal. Lo contaba en una carta enviada a un amigo Samuel Byron, hijo del famoso escritor, allá por 1826. "¡Qué barbaridad puede ser mayor que los carceleros (sin que medie provocación) carguen de grilletes a los prisioneros, los encierren en mazmorras, los esposen, les nieguen las visitas de sus amigos y les fuercen a pagar cantidades excesivas por su alojamiento, vituallas y bebidas; que abran sus cartas y se apropien de las limosnas que les envían! (…) la prisión por deudas inflige una mayor pérdida al país, en forma de desperdicio de potencia y energía, que los monasterios y conventos en el extranjero y entre los pueblos católicos (…) Holanda, el país más incivil del mundo, trata a los deudores con benevolencia y a los malhechores con rigor; Inglaterra, en cambio, se muestra indulgente con los asesinos y ladrones, pero a los pobres deudores se les exigen imposibles". Algunas de las cárceles más famosas de Reino Unido, además de la citada Fleet Prison, fueron, por un lado, la cárcel de Marshalsea, en la que estuvo detenido el padre de Charles Dickens, por una deuda con una panadero, y que el escritor retrató con toda su crueldad en algunas de sus novelas; o, por otro, la King's Bench Prison. No obstante, la más conocida, sin duda, fue The Clink, quizá la prisión más antigua de Reino Unido. Perteneciente al obispo de Winchester, recibió su nombre por el sonido metálico que se producía cuando se cerraban las puertas de la cárcel. El nombre se utiliza aún hoy en día como sinónimo de estar en prisión. El general británico James Oglethorpe, miembro del Parlamento, conoció las condiciones de las prisiones de deudores a través de un amigo suyo, condenado por moroso. En 1728 presidió una Comisión de Investigación que descubrió que, como ya imaginaban, se debían mejorar las situaciones de estas cárceles y dar salida a los morosos detenidos, ya que dicha reclusión impedía poder recuperar el dinero que debían. Esta Comisión logró una modificación de las leyes, que hizo que muchos morosos fueran puestos en libertad, tal y como se había pedido. ¿Cuál era el problema? Que nadie contrataba a los deudores. Sin salida, muchos acababan delinquiendo para volver de nuevo a prisión. Otra vez Oglethorpe se puso a buscar una solución y la encontró al otro lado del Atlántico, en el llamado Nuevo Mundo. Junto a un grupo filantrópico creó el Patronato para el establecimiento de la colonia de Georgia. Así, solicitaron al rey, Jorge II, la carta real y la concesión de tierras para dicho establecimiento. De esta manera, la metrópoli ahorraba los gastos de manutención en la cárcel, se libraba de potenciales delincuentes, reforzaba sus posiciones en América y, por si fuera poco, con el nombre de la colonia, Georgia, se lanzaba un guiño al rey. En abril de 1732 aprobaron la propuesta. En noviembre de ese año, Oglethorpe partía rumbo a América con una tripulación formada por 100 colonos, en su mayoría morosos, pero también había reclusos perseguidos por cuestiones religiosas. Cuatro meses después de partir llegan a Savannah, que acabaría siendo la primera capital del Estado. Este era, por cierto, un territorio que reclamaban los españoles, que fueron los primeros en asentarse allí en una misión encabezada por Lucas Vázquez de Ayllón. Sin embargo, aunque tardaron poco en abandonarlo por el mal tiempo y las enfermedades. Fue Pedro Menéndez de Avilés, el 'adelantado', el que, a mediados del siglo XVI, consumó la conquista definitiva tras vencer a los franceses. No obstante, España, que no le veía gran valor a la región, ni siquiera protegió militarmente la zona, en manos de órdenes religiosas. El conflicto entre británicos y españoles acabó resolviéndose en la Guerra del Asiento, en la que vencieron los hombres de Oglethorpe. Además, el comandante inglés fue capaz de resolver de forma amistosa los problemas con los nativos. También estableció normas muy avanzadas para la época en la región, incluyendo la igualdad agraria, para apoyar y perpetuar la agricultura familiar, y, sobre todo, la ilegalización de la esclavitud. Durante 10 años, la colonia sobrevivió siguiendo la normativa desarrollada por Oglethorpe. Pero en cuanto este regresó a Londres, todo se vino abajo en aquel territorio de ideas utópicas. Sin esclavos, la mano de obra se reducía a la de los propios colonos. Una condición que, decían, limitaba su productividad respecto a la del resto de colonias. Sus vecinos de Carolina del Norte y del Sur prosperaban gracias al cultivo de maíz y arroz, explotando mano de obra esclava. Mientras que en Georgia no lograban producir lo suficiente como para exportar, y el alto precio de los productos importados les llevaba a recurrir al contrabando de productos españoles a través de Florida. Así, olvidando su pasado en prisión y las penurias que habían vivido, decidieron levantar la prohibición y recuperar a los esclavos. Aprendieron que esta era la fórmula más rápida para aumentar sus beneficios.