Durante décadas, la imagen popular del humano aumentado ha estado ligada a la ciencia ficción: cuerpos con brazos robóticos, cerebros conectados a redes de datos, chips bajo la piel y ojos con interfaces digitales. Este enfoque, profundamente influido por el cine y la tecnología de silicio, parece estar dando paso a una nueva corriente de augmentación más biológica que cibernética. En el centro de esta revolución emergente se encuentran los músculos artificiales implantables, una tecnología que no depende de chips ni circuitos, sino de materiales inteligentes que actúan como tejido vivo. Son capaces de contraerse, estirarse, recibir señales e incluso integrarse con el cuerpo como si hubieran estado allí desde el nacimiento.